me sentía atrapada en una de esas pesadillas aterradoras en las que tienes que correr, correr hasta que te arden los pulmones, sin lograr desplazarte nunca a la velocidad necesaria. las piernas parecían moverse cada vez más despacio mientras me esforzaba por avanzar entre la multitud indifirente, pero aun así, las manecillas del gran reloj de la torre seguían avanzando, no se deteneían; inexorables e insensibles se aproximaban hacia el final, el final de todo.
pero esto no era un sueño y, a diferencia de las pesadillas, no corría para salvar mi vida; coría para salvar algo infinitamente más valioso. en ese momento, incluso mi propia vida parecía tener poco significado para mi.